domingo, 25 de mayo de 2008

Caracas, Caracas...

Leyendo un interesante comentario en el blog de Gorka acerca de La Ciudad de la Furia, mi mente comenzó a dar muchas vueltas al respecto, y como en éste blog escribo cuantas pistoladas saltan a mi mente como conejitos en un matorral, aprovecho para plasmarlos aquí mientras escucho en el silencio de la medianoche a Soda Stereo.

Caracas, la ciudad que me vió nacer hace ya treinta y nueve largos años. Recuerdo cómo era la Caracas de mi infancia y parte de mi juventud y no puedo menos que pensar en que mi ciudad ya dejó de ser el sitio del cual yo me sentía profundamente orgulloso para ser solamente un albañal, donde la furia, el miedo, el abuso y la deshumanización se multiplican como el moho sobre las paredes húmedas. Caracas, mi ciudad... mientras mas lo pienso, mas rabia brota por mi pecho, mas dolor siento ante la indolencia, la apatía y el pesimismo que me transmiten sus infrastructuras derrumbándose por la sobrecarga, la falta de mantenimiento, la corrupción, etc.

Poco a poco, sin apenas darnos cuenta, nos hemos deshumanizado y neurotizado hasta límites insospechados, y eso se refleja en nuestras relaciones y nuestro ambiente. Lo peor es que nos pasa igual que los sapos cuando van a ser preparados en sopa: Si metes un sapo vivo en agua hirviendo, el sapo se escapará; pero si lo metes en agua fría y luego calientas el agua hasta que hierva, el sapo se morirá sin percatarse que fue lo que lo mató. Poco a poco, las agresiones constantes, la inseguridad, la desidia, la indolencia y el abuso e irrespeto van causando mella en nosotros y nos volvemos cada vez mas agresivos, mas violentos, mas temerosos... mas animales y menos personas.

La Caracas mas amable de mi infancia y mi juventud dejó de existir hace ya mucho tiempo. La ciudad de la cual me sentía orgulloso de mostrar a cuantas visitas llegasen apenas diez años es historia antigua. Parque Central, la última gran obra construida en los años 70 y que me dió cobijo mientras yo trabajé allí a finales de los 80 y principios de los 90, es un cascarón vacío. El Boulevard de Sabana Grande no es mas que otro nido de depredadores con forma humana que buscan cómo saciar su hambre vieja y sus vicios nuevos. Nadie va ya a los parques, con la notable excepción del Parque del Este. A las cinco de la tarde, los negocios en La Marrón cierran y a las cinco y diez no hay ni un alma por allí. El Metro, el último reducto de civilidad que nos quedaba, también cayó víctima de las marabuntas morales y ahora se cae a pedazos entre la politiquería y la desidia.

De nada sirve ganar todo el dinero del mundo, si tu alma está vacía, si en tu corazón lo único que hay son tinieblas de miedo y rabia. No hay dinero que pueda comprar una sola noche de buen sueño, escuchando el silencio mas absoluto en vez de una lluvia de balas.

¿Podré volver a ver en lo que me resta de vida un renacimiento de Caracas?. ¿Podré ver de nuevo una Caracas feliz, amable, entusiasta y juvenil antes que mis huesos lleguen a tocar el suelo?. En éste momento me siento como Frodo después de que el Único fuese destruido, en el sentido que he perdido algo irrecuperable para mí, y en su lugar tengo en mi corazón la marca de la Ciudad de la Furia, una marca que, aún pasado un año desde mi partida, no se ha borrado. Pero hay que seguir adelante, y Caracas también puede salir adelante para volver a ser un lugar hermoso, donde habiten personas y no animales con apariencia humanoide. Tengo fe en que ocurrirá ese cambio, lo que no se es cuándo.

Para finalizar, quisiera dejarles este detalle para que lo difruten: Yordano: Vivir en Caracas.

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